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domingo, 4 de abril de 2010

Después de una tarde apacible y limpia, el lugar de las ambulancias se hizo interminable

DOMINGO ESTE.- La noche se tiñó de sangre este sábado en el Hospital Doctor Darío Contreras, después de una tarde apacible y limpia en las salas de emergencias, dónde los médicos estaban consientes que tanta tranquilidad no era para siembre y que el alcohol daría sus fruto más temprano que tarde.


Así fue, al caer el sol, cuando muchos salieron de las playas, balnearios y piscinas abiertas en cualquier calle de cualquier barrio, empezó a llegar la sangre derramadas por accidentes de tránsitos, heridas de balas, puñaladas, pedradas.

Como siempre, los motociclistas llevaron la de ganar, o mejor dicho, la de perder, sus piernas y brazos llegaron quebrados, sus rostros lacerados, su cráneos partidos y con mueca de dolor profundo y gritos de desesperación.

Desde que el sol se posó sobre el horizonte en el Oeste, el ir y venir de las ambulancias era constante. Eso, sin contar las ambulancias de los pobres que llegan despedazados en la cola de una motocicleta, en la “cama” de una camionetica “platanera”, en un taxis tomado de prisa o simplemente caminando por sus propios pies.

La playa de Boca Chica, a 31 kilómetros de la capital, dónde miles de citadinos se dieron cita para ahogar el asfixiante calor de estos días de cuaresma, hizo su macabro aporte en sangre derramadas por los machetazos sobre el cráneo de un joven que participaba en un ga-ga.

De ese incidente, los voluntarios de la Cruz Rojas contaron que era un pleito entre bandas, que hasta un cristal le destruyeron a la ambulancia que trasladaba al herido al Hospital. Se quejaron de que en el hospital de Bocha Chica no había protección policial.

Los barrios populares, allí donde no había dinero para tomar un autobús para Boca Chica, Guayacanes o Punta Cana se abrieron piscinas en plenas vías públicas y muchos de los parroquianos terminaron bañados en sangre en el principal hospital traumatológico de la República Dominicana.

Otros se tomaron algunos tragos de más y al salir a las calles fueron embestidos por vehículos en marcha, estrellaron sus motocicletas o vieron a todos los hombres pequeños y le marcharon a puñaladas o balazos.

Los atracos también hicieron sus aportes, y mandaron al Darío Contreras personas hasta con las vísceras fuera.

Un número indeterminados llegó con heridas de armas blancas (cuchillos, punzones o machetes) a esos sólo le hacían casos los esforzados médicos de la sala de emergencia, los paramédicos, los muchachos de la Escuela de Emergencias Médicas del centro asistencial o los voluntarios de la Defensa Civil.

Para la Policía, eran un número más que se anotaba en una libreta que luego llega a la Jefatura de la institución y al Centro de Operaciones de Emergencias.

Pero cuando llegaba un herido de balas, más atrás se aparecía un enjambre de policías, que anotaban nombres, direcciones, descripciones, tomaban huellas dactilares y hasta las muecas de los baleados.

De inmediato, partían a toda velocidad para el punto dónde se produjo el incidente. Cuentan que no llegan por el herido, eso es lo que menos importa, buscan el arma con que se produjo la herida.

Entrada la noche, fue tan grande el desborde de gente, que fue necesario reforzar la seguridad, ya que detrás de un herido venían familiares, amigos y compinches que sin miramiento querían penetrar a la sala de emergencias.

Algunos llegaban con los vasos y las botellas llena de ron, y no faltaron los que terminaron de pasar la noche tras los barrotes, como un policía vestido de civil que insultó al agente que estaba en la puerta, desafió a todo el mundo y gritaba “tú verás quien soy yo”. Era tan poca cosa, que sus propios compañeros vinieron a buscarlos para que pase la noche en el Cuartel General de la Policía de Invivienda y el lunes rinda cuentas a sus superiores.

El olor a sangre se metía hasta los huesos en aquel picadillo humano que observaban periodistas, médicos, paramédicos, voluntarios, policías y curiosos.

No faltó el suegro que baleo a su nuera en la boca con la pistola de su hijo policía, la madre que intervino en el pleito de dos hijos y terminó con una cerámica que le abrió la cabeza, el supuesto delincuente que tirotearon en las piernas, entre muchos casos más.

Los pueblos del Sur, especialmente Baní, San Cristóbal, Haina dejaron su cuota de víctimas. Lo mismo que la región Este, desde Higüey hasta Monte Plata.

El Gran Santo Domingo, desde el Este hasta Pedro Brand se llevaron la corona de sangre, en todo tipo de heridas.

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